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Noches de luzAl principio las noches fueron más tristes, oscuras, aburridas, desesperantes… Pero eso fue solo al principio. Después… después la oscuridad no nos hizo infelices como algunos piensan. No a los niños de mi generación; no en mi barrio de la infancia. Eran años difíciles, de infinitas privaciones materiales, de tonos grises, de andares agitados, de sacrificios innombrables…

Pero entonces los mayores de nuestras familias descubrieron cómo convertirse en magos, en fabuladores de historias, en inventores de juegos, en malabaristas…. Sus roles de abuelos, padres, tíos, primos, vecinos, conocidos o visitantes se “perfeccionaron” de tal forma, que a estas alturas de mi vida aún no entiendo muy bien de dónde sacaban fuerzas, o qué extraño motor les generaba tantas energías.

Ellos hacían luz a pesar de su ausencia en los bombillos. Ellos hacían luz a pesar de sus fatigas, sus preocupaciones, las carencias…. Y nosotros, ingenuas personitas alborotadoras, teníamos siempre montones de motivos para sonreír, para ser felices. Al menos esos niños, los niños de mi barrio.

Nuestros mayores se convertían entonces en cómplices nocturnos; en la base perfecta para jugar a los escondidos; en árbitros ante la más insospechada travesura; en narradores de cuentos con improvisados finales y ficciones… La oscuridad se hacía entonces un poco más llevadera. Y reíamos juntos: unos de tanta ingenuidad y otros buscando a ratos acallar los ecos de la dura jornada, de las noches de insomnio, de las disímiles preocupaciones…

No me acusen de superficial por estas líneas. No pretendo olvidar “cosas”, mucho menos nací en “cuna de oro” —nada más alejado de la realidad que semejante pensamiento. Tuvimos carencias, sí, muchísimas carencias —las tenemos aún, eso nadie lo ignora—, pero nuestros mayores supieron hacer luz, enmascarar ausencias, volverlas imperceptibles, mínimas, insignificantes.

No teníamos luz algunas noches, es cierto, pero siempre nos crecieron sueños. La oscuridad no nos hizo infelices como algunos piensan. No a los niños de mi generación; no en mi barrio de la infancia.